miércoles, 22 de enero de 2014

Sonrisas

Éste es el capítulo que escribí en el Libro de los Sueños de Bilbao, allá por el 15-M. Tal y como me veía venir con cierto pesimismo, no sirvió para cambiar nada, no hubo una gran revolución, ni siquiera un avance digno de mencionar. Pero para mí si fue una experiencia muy positiva, se respiraba en aquella plaza un ambiente muy bueno, que no he vuelto a respirar en ningún lado. Así que no pude resistirme a escribir esto. Si alguien quiere descargar el libro entero, que haga click aquí. Si lo queréis en papel, podéis comprarlo aquí por 2,93 € (el precio mínimo que ofrecía la imprenta, el dinero no va para los indignados ni nada por el estilo). El prólogo también es mío, por cierto, puestos a echarme flores XD

Normalmente, nunca me ha entusiasmado mucho la democracia. Más que nada, porque la gente parece estar convencida de que votar a políticos corruptos es una buena idea. Lo de “corruptos” no es necesariamente un adjetivo puesto para crear dramatismo, sorprende ver la cantidad de políticos ya procesados por corrupción que se han presentado a las elecciones municipales. Y que las han ganado.

Así que mi actitud era bastante escéptica, pero como vi que cada vez había más gente en las campadas (si no me equivoco, yo empecé a ir el día 19 de mayo), decidí pasarme por la Plaza Arriaga, aunque fuera para hacer bulto y que se notara que había muchos jóvenes indignados.

El segundo día estaba sentado en el suelo, asistiendo a una asamblea que empezaba a ser cada vez más multitudinaria. Estaba reflexionando sobre la cantidad de gente que habría ahí, que probablemente ya se podrían contar por miles. Más concretamente, estaba pensando en que si yo fuera Zapatero, tampoco me molestaría excesivamente que hubiera tanta gente en la calle manifestando su resentimiento hacia mí, y hacia tantos otros políticos. De hecho, va a tener un sueldo vitalicio toda su vida, y Aznar, entre el sueldo vitalicio, la pensión de periodista y ser asesor de Endesa, aún hoy en día gana 300.000 € al año, así que no creo que les entristezca mucho dejar de ser presidentes.

En aquel momento algunos globos cayeron de quién sabe dónde y fueron dando tumbos por entre la multitud. Una chica golpeó uno que me cayó encima, y me sonrió. Yo estaba pensando más bien en la sonrisa que debía tener en aquel momento Aznar.

Un rato después me di cuenta de que aquella había sido una de las sonrisas más sinceras que me había dedicado un desconocido en mi vida, sino la que más. Pero sobre todo, me di cuenta de que estaba demasiado ocupado cagándome mentalmente en todos nuestros políticos, y noté que no había devuelto la sonrisa. De hecho, teniendo en cuenta los pensamientos que estaban cruzando mi mente, mi expresión en aquel momento debía ser de puro odio y resentimiento. Entonces me di cuenta de que, esta vez, la revolución iba de sonrisas.

La acampada de la Plaza Arriaga, y supongo que las demás tampoco, no se puede definir como una influencia sobre los resultados en las elecciones del 22 de mayo, ni como una cifra de personas, ni como una serie de propuestas ni un manifiesto. Yo la definiría como una serie de sonrisas, todas ellas sinceras y alguna que otra helada, en las máscaras de Guy Fawkes. Como gente reuniéndose en círculo, hablando y compartiendo sus sentimientos. Como los niños jugando en un rincón, las preciosas pancartas y dibujos, y esa extraña sensación de unión entre personas desconocidas, y de felicidad.

Un hombre que habló en una de las asambleas dijo algo así como: “Estoy seguro de que en esta plaza ahora no hay ni una sola mala persona”. Puede que fuera un poco exagerado, pero en un mundo donde la mayor parte de la gente se dedica a robar cosas que no necesita y a joder al personal, la sensación de paz, tranquilidad y compañerismo que se respiraba en la Plaza Arriaga era sobrecogedora. Respeto. Confianza. Sonrisas.

La Humanidad lleva luchando por sus derechos prácticamente desde que existe, y nunca los ha conseguido. Nosotros tampoco vamos a conseguirlos. No vamos a cambiar el mundo. Vamos a sonreír. Vamos a sonreír hasta que supliquen piedad.

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