miércoles, 22 de abril de 2015

Reflexiones chorras: Sobre las lenguas, sus virtudes y sus defectos

Me apetecía reflexionar sobre las lenguas y las ventajas que tienen una sobre otra. No desde un punto de vista auditivo: me encanta cómo suena el latín en general, el romanticismo del francés, la autoridad del alemán, ese toque del japonés o lo perroflauta que queda corear lemas en euskera en una manifestación. Pero quería centrarme más en las lenguas desde el punto de vista de la ideología.

Porque, según lo veo yo, cada lengua tiene su ideología. Y puede ser difícil escapar de ella. Poco puedo decir de la alienación después de que Orwell diseñara excelentemente su neolengua, pero algunos ejemplos que se me ocurren:

-El género en todos los adjetivos y determinantes. En castellano, por ejemplo. En un principio, puede parecer una ventaja, dado que concreta más información sobre la persona de la que hables, pero le veo varias pegas.

La primera es que elimina la posilbidad de un género neutro (y ya lo decía Trainspotting, “dentro de 1000 años no habrá tíos ni tías”…).

La segunda es como recurso narrativo, usado ocasionalmente en algunas obras en un idioma que no tenga esta lacra, como el inglés: la típica escena de “¿la asesina es una mujer?” y semejantes; si se distingue el género desde el principio se pierde el elemento sorpresa en estos casos.

La tercera, y probablamente la más importante, tiene sobre todo que ver con el género musical y la posibilidad de identificarse con las letras… me atrevería a decir que el poder identificarse con la letra de una canción independientemente de tu género es uno de los motivos por los que la música en inglés es la más escuchada.

-El inglés tiene ventaja en esto último, pero, como señala Grant Morrison, el hecho de que el verbo “ser” y “estar” sean el mismo diluye la identidad en cierto punto. Inconscientemente, se reduce la individualidad a un estado momentáneo: estar cansado, estar feliz o estar triste se convierten en lo que eres.

Son sutiles diferencias que parecen incorregibles, pero marcan ciertas cosas. Caso aparte son los grandes cambios, como la falta de tiempos verbales en algunas lenguas aborígenes, que condicionan completamente la percepción del tiempo.


Incluso, de la misma forma que el concepto del tiempo se difumina, si no desaparece completamente, ante la ausencia de lenguaje para referirse a él –al igual que la individualidad sin el concepto del yo, veáse un bebé- quizás aún seguimos teniendo lenguas incompletas que no nos permiten entender conceptos fundamentales. El tiempo lo dirá.

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