miércoles, 22 de julio de 2015

Historias de la Galaxia VIII: Pulp

El Barón Zetsx caminaba por los pasillos de la nave imperial. Su larga capa, negra y de terciopelo, ondeaba tras él como si tuviera vida propia. Su imagen, calvo y con perilla, le otorgaba un aire de seriedad que su mirada reafirmaba. Dos androides (X-6589734 y X-6589735, según la información que le suministraban al Barón sus implantes oculares) le abrieron la puerta de la sala de mando.

Allí, ante la enorme pantalla que ocupaba buena parte de la estancia, apareció el rostro sumido en sombras de la Emperatriz en persona.

-Zetsx, Zetsx, Zetsx…-dijo una voz fría y maquiavélica-Creo que no eres consciente de la responsabilidad que cae sobre tus hombros.
-Le aseguro que lo soy, mi señora.
-Estás a punto de terminar el emisor de antipartículas más grande jamás construido-prosiguió la Emperatriz, como si no le hubiera oído-. En un momento en el que vamos perdiendo la guerra, y podemos inclinar radicalmente la balanza. ¿Eres consciente de lo que está durando esta guerra?
-Sí, mi señora.
-Tres millones de años. Tres millones de años, Zetsx, que pueden suponer una victoria o una derrota dependiendo de ti. Ni los ordenadores más antiguos que siguen en pie habían sido creados cuando empezó esta guerra. Cientos de planetas se han formado desde hace tres millones de años, ocupados ahora por especies de las cuales hasta el último individuo está pendiente de ti.
-Lo entiendo, mi señora.

Y lo entendía. En aquella nave estaba albergada el arma más poderosa de la Galaxia. Un cañón preparado para disparar antipartículas hacia los sistemas solares de la Unión de Planetas Libres, que esquivarían cualquier gravedad –excepto la de los centros de los agujeros negros; se calculaba, pues, que un 27 % de las antipartículas se perderían antes de alcanzar su blanco- hasta materializarse exactamente donde Zetsx lo programara. El objetivo, por supuesto, eran las estrellas de la Unión: esto provocaría una reacción en cadena de supernovas que exterminaría a gran parte de los habitantes de la UPL y, lo más importante, la inmensa mayoría de sus bases y de sus fábricas de androides. Las antipartículas tardarían miles de años en recorrer esa distancia, pero era una cantidad de tiempo ínfima al lado de los tres millones de años de guerra.

-Entonces, cumple tu objetivo.

Y la conexión se cortó.

En la oscuridad de la sala de mando, consumido por el odio, el Barón Zetsx pensó en cómo su venganza llegaría pronto. Venganza por aquellos que cometieron el crimen más terrible… Cuando Zetsx sólo era un niño y aún faltaba mucho para que le asignaran al cargo del cañón de antipartículas –cuyos planes por aquel entonces se estaban ultimando, en un ordenador que tardó varios años en calcular el punto exacto en el que las partículas se tendrían que materializar para impactar en las estrellas, considerando el movimiento de éstas-, la Unión consiguió una de sus mayores victorias.

La guerra había comenzado basándose en la fe del Imperio, la fe que prometía a sus creyentes una vida eterna. Siempre que un creyente moría, su consciencia era transplantada a los inmensos bancos de memoria que vagaban en torno al corazón del Imperio. Todos sus recuerdos, sus sentimientos, sus inquietudes, permanecían allí para siempre, almacenados en planetas-ordenadores con incontables yottabytes.

Buscando una victoria psicológica, la Unión dedicó siglos a crear un cañón que pudiera emitir un pulso electromagnético tan poderoso que borró por completo billones de estas vidas eternas y dañó trillones más. Entre las consciencias que desaparecieron estaban las de los padres del Barón Zetsx, muertos al poco de nacer él.

Y ahora, por fin podría vengarles… si aquellos críos entrometidos no interrumpían sus planes una vez más.


A poca distancia, como si de un haz de luz se tratara, ¡¡¡el Halcón Negro embistió contra la nave del Barón Zetsx!!! La pequeña nave de nuestros protagonistas esquivó todas las defensas y pudo acercarse sin disparar ninguna alarma.

Pat fue el primero en saltar de la nave, por supuesto. Sus botas rojas se adhirieron magnéticamente al suelo, evitando así la gravedad cero; no tardó ni un segundo en desenfundar su pistola-láser y derribar a los dos androides que se acercaban por el pasillo.

La segunda en descender, con el camino ya despejado, fue Nyna. Su larga melena rubia, libre de toda gravedad, ondeaba en complicados movimientos. Sonrió ampliamente.

-¡Buen trabajo, Pat!

Finalmente, el tercer miembro del grupo, Kaarz, salió, armado con su ordenador portátil. Aún así, miró de nuevo a ambos lados para cerciorarse de que no había ningún peligro.

-Tenemos que llegar a la sala de mando-anunció, tecleando en su ordenador-Desde allí, el barón Zetsx podrá activar el cañón de antipartículas en menos de una hora.
-¡Entonces, vamos!-gritó Nyna-¡Interrumpiremos los malvados planes de ese canalla!
-¡No perdamos ni un segundo!-concluyó Pat, comenzando a correr, pistola en mano.

Nuestros tres héroes corrieron por los pasillos de la nave. De cuando en cuando algunos androides intentaban cortarles el paso, pero ¡¡¡¡ZUMMM!!!, un certero rayo láser siempre les derribaba.

Tras una frenética carrera, llegaron por fin a la sala de mando. Kaarz apenas tardó unos segundos en hackear la puerta con su ordenador portátil, de modo que se abriera.

No obstante, el barón Zetsx estaba preparado, y disparó un certero rayo láser que voló la mano derecha de Pat.

-¡¡¡AAAARGH!!!-gritó éste, cayendo al suelo. Una mano podría ser fácilmente sustituida por una prótesis mecánica o incluso por tejido clonado, pero el dolor era muy intenso.

Nyna disparó una ráfaga con su arma, y el barón se cubrió tras una hilera de ordenadores, hechos de una aleación que deflectó los disparos. La muchacha, tan bella como siempre y con el pelo ondeando a la gravedad cero, corrió hacia la sala de mando sin dejar de disparar, dispuesta a rodear la hilera para sorprender al barón Zetsx por la espalda.

Sin embargo, fue la joven la sorprendida. Allí no había nadie. Zetsx apareció a su espalda y la agarró firmemente, mientras la apuntaba con la pistola a quemarropa.

-Bien, bien, bien… De modo que ya os tengo a los tres.
-No del todo-murmuró Kaarz mientras apretaba unas últimas teclas en su portátil-. Ya he terminado. Puedes matarnos si quieres, pero el cañón de antipartículas está totalmente inutilizado. ¡Tus malvados planes han fracasado!
-¡¡¡Necios!!!-rugió el barón-¡Habéis destruido la única arma que podía poner fin a la guerra! ¿Creéis que acabará de alguna otra forma? ¡Hay demasiados intereses en juego: demasiados traficantes de armas, recursos o banqueros haciendo fortuna a costa de los dos bandos!
-Entonces, ¡los derrotaremos a todos!-gruñó Pat entre dientes, agarrándose el muñón humeante.
-No… no creo que lo hagáis.

Zetsx apuntó con su arma, y disparó.

La explosión fue absolutamente precisa y bien canalizada; la mano del barón fue arrancada de su brazo sin que Pat o Nyna sufrieran el menor daño. Un grito ronco de dolor surgió de su garganta.

-Las armas inteligentes pueden ser muy útiles, barón-comentó Kaarz con una sonrisa maliciosa-. Pero no cuando yo puedo piratearlas al mismo tiempo que destruyo el cañón de antipartículas.

Nyna propinó un fuerte codazo a Zetsx y se liberó de su presa.

-Has perdido otra vez, barón… ¡Pero esta vez te tenemos! ¡Ríndete!
-¡¡¡Nunca!!!-bramó el aludido, apretando un botón de la consola que tenía a su espalda.
-¡Cuidado, Nyna!-gritó Pat.

Ésta saltó y salió de la sala de mando justo cuando las compuertas se cerraban, para sorpresa de Kaarz.

-No puede ser, las había pirateado…-murmuró.
-Parece que el barón volvía a tener un as en la manga-maldijo Pat, agarrándose aún el muñón humeante.
-¡Volveré algún día y os destruiré, entrometidos!-rugió Zetsx a través de los altavoces de la nave, mientras ellos veían por los ventanales cómo una pequeña cápsula se alejaba-¡Lo juro! ¡¡¡Os destruireeeeeé!!!


Pat, Nyna y Kaarz contemplaron cómo se alejaba. Lo importante era que, una vez más, habían ganado la batalla.

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