jueves, 1 de octubre de 2015

La Cosa Kostra: Capítulo I

Una vez presentado el prólogo, empezamos.

Josu Etxebarria encendió un cigarrillo. Era un hombre de unos 25 años, alto. Tenía el pelo de color moreno, así como la barba, de varios días. Varios pendientes colgaban de sus orejas. Llevaba puesta una sudadera ancha con el lema “independentzia” escrito en ella.

—Tu primer trabajo duro, ¿no, Eneko?—comentó tras darle una calada al cigarro.
—Sí. Veamos cómo sale.

Su interlocutor era un joven de 17 años. Tenía el pelo castaño, un poco más largo de lo que a su madre le gustaría. Parecía algo inquieto y se movía continuamente.

—¿Es el mismo Jaime Sainz de Twitter? ¿El de NNGG?

Josu asintió en silencio.

—Joder, es un facha de la hostia. ¿Cuánto debe?
—Le pedimos 50 pavos al mes. Lleva sin pagar desde enero, 150.
—¿Sólo 50?
—Joder, Eneko, que no somos la mafia ni nada, ¿eh? A ver, es un chaval. Si le pidiéramos más de 50 al mes igual nos enmarronábamos mucho. Mejor pedirle esto, que lo puede pagar y fijo que ni se lo ha dicho a sus viejos porque le da vergüenza.
—Ya. Bueno, visto así ni tan mal. Hostia, ¡que ahí va!

Jaime Sainz volvía a su casa en el barrio vizcaíno de Neguri caminando con tranquilidad. Al menos, ésos eran sus planes hasta que vio a los dos jóvenes esperando cerca de su portal, en la sombra, lejos de las farolas. Estudió la situación durante unos segundos y echó a correr.

Josu dejó caer un pequeño bate de madera oculto en la manga de su sudadera y los dos jóvenes echaron a correr tras él. Neguri a aquellas horas estaba prácticamente desierto; nadie vio la breve persecución.

No se podía decir que el joven de Nuevas Generaciones estuviera en buena forma; apenas había corrido cincuenta metros cuando Josu llegó a su altura y le golpeó con el bate en la pierna. Jaime cayó al suelo de inmediato profiriendo un grito.

—¡Hijo de puta!—gritó Josu—¿No te dijimos que pagaras? ¡¿No te lo dijimos, cabrón?!

El bate descendió una vez más sobre las piernas de Jaime. Eneko llegó a su altura y comenzó a propinarle patadas en las costillas.

—¡Más te vale que el dinero esté para el lunes! ¡Más te vale, hijo de puta!


La puerta del bar Gudari, en la calle Iturribide de Bilbao, se abrió por primera vez aquella mañana. Dos hombres entraron sonriendo.

—¡Aupa, Mikel!—saludó uno al camarero—¡Pónnos lo de siempre!

El camarero asintió y fue preparando una caña y una pica. No pensaba cobrarles. Ante él se encontraban Aitor Hernández, el jefe de la Cosa Kostra de Bilbao, y Sergio Martín, su escolta.

Hernández no llegaría a los 30 años, pero era bien sabido que había hecho méritos de sobra. Su rostro empezaba a ser conocido en distintos barrios, de modo que llevaba una gorra cubriendo su pelo castaño. Su cara reflejaba tranquilidad, y tras sus ojos había cierto brillo de inteligencia fría.

Sergio era un hombre alto y fuerte, como su trabajo requería, de unos 35 años. Algunas canas prematuras empezaban a asomar en su pelo corto. En las manos de ambos brillaban algunos anillos, sobre todo en las de Sergio, que bien podrían llegar a considerarse puños americanos.

Ambos hombres se sentaron en la barra y comenzaron a beber con tranquilidad. Podían permitirse un tiempo de relajación antes de empezar a hablar de negocios. El bar no estaba decorado, era más bien de estilo sobrio, y no demasiado grande. Una barra, tras la cual no había decoración alguna en las paredes, sino únicamente botellas, y cuatro mesas con sus respectivas sillas. La pared del fondo únicamente tenía acceso a los baños y a un pequeño cuarto de limpieza, de manera que la escasa decoración que había se centraba en la pared junto a las mesas. La TV sonaba de fondo mientras los tres hombres charlaban.

—¡Un momento!—gritó Aitor de pronto, señalándola—¡Callad, callad!
—…esta operación podría suponer un duro golpe para la organización. En una operación cojunta, la Guardia Civil y la Policía Nacional aseguran que entre los cuarenta y cinco detenidos se encuentran todos los altos cargos de la Cosa Kostra de Navarra, así como la gran mayoría de sus colaboradores.
—¡Mierda! ¡Mierda, mierda, mierda!

Hernández golpeó la barra del bar con furia. Sus anillos resonaron sobre la madera.

—¡Mierda! ¡Por esto es por lo que apenas mantenemos contacto entre provincias, cuando cae uno caen todos! ¡Los cabrones saben bien a quién tienen que detener!

Los vasos de cerveza se vaciaron sin que ninguno de los tres pronunciara otra palabra.


—¡¡¡Eneko!!! ¡¿Se puede saber qué coño significa esto?!

Eneko nunca había visto a su madre tan enfadada. Evitó su mirada mientras leía por encima la carta que le mostraba.


No se lo podía creer. No se podía creer que aquel gilipollas de NNGG les hubiera denunciado.


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