domingo, 24 de abril de 2016

Se había vencido a sí mismo

Extracto de 1984, por George Orwell. Me parece absolutamente brutal y de lo mejor que he leído nunca. Si no conocéis la obra, claro, es un spoiler enorme, así que cuidado. Además está escrito de una extraña manera creciente en la que conforme vas leyendo los dos pequeños párrafos cada frase impacta más que la anterior hasta legar a la terrible conclusión.




Bajo la mesa, los pies de Winston hacían movimientos convulsivos. No se había movido de su asiento, pero mentalmente estaba corriendo, corriendo a vertiginosa velocidad, se mezclaba con la multitud, gritaba hasta ensordecer. Volvió a mirar el retrato del Gran Hermano. ¡Aquél era el coloso que dominaba el mundo! ¡La roca contra la cual se estrellaban en vano las hordas asiáticas! Recordó que sólo hacía diez minutos. -sí, diez minutos tan sólo- todavía se equivocaba su corazón al dudar si las noticias del frente serían de victoria o de derrota. ¡Ah, era más que un ejército eurasiático lo que había perecido! Mucho había cambiado en él desde aquel primer día en el Ministerio del Amor, pero hasta ahora no se había producido la cicatrización final e indispensable, el cambio salvador. La voz de la telepantalla seguía enumerando el botín, la matanza, los prisioneros, pero la gritería callejera había amainado un poco. Los camareros volvían a su trabajo. Uno de ellos acercó la botella de ginebra. Winston, sumergido en su feliz ensueño, no prestó atención mientras le llenaban el vaso. Ya no se veía corriendo ni gritando, sino de regreso al Ministerio del Amor, con todo olvidado, con el alma blanca como la nieve. Estaba confesándolo todo en un proceso público, comprometiendo a todos. Marchaba por un claro pasillo con la sensación de andar al sol y un guardia armado lo seguía. La bala tan esperada penetraba por fin en su cerebro.

Contempló el enorme rostro. Le había costado cuarenta años saber qué clase de sonrisa era aquella oculta bajo el bigote negro. ¡Qué cruel e inútil incomprensión! ¡Qué tozudez la suya exilándose a sí mismo de aquel corazón amante! Dos lágrimas, perfumadas de ginebra, le resbalaron por las mejillas. Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente.

Amaba al Gran Hermano.

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