miércoles, 25 de mayo de 2016

La Cosa Kostra: Capítulo X


El capo Asier Osegi y su soldado Nerea Zugazaga entraron en la sede de Cambio en Romo.

Sergio Martín estaba tras el mostrador. Mientras Hernández estuviera en la sede, Martín podía ocuparse perfectamente de protegerle y atender el mostrador a la vez.

—Aupa, Martín—saludó Osegi—. ¿Está Hernández por aquí?
—Sí, en la trastienda. Ha dicho que no quiere ser molestado.
—Esto le gustará. Tengo buenas noticias para él.

El capo, seguido de Nerea, abrió la puerta de la trastienda.

Hernández estaba recostado sobre un colchón. Una joven de poco más de 20 años, desnuda de cintura para arriba, tenía la cabeza enterrada en su entrepierna.

—Espera un segundo, Iratxe—dijo Hernández—. Ahora salgo.

Osegi, cuyo rostro empezaba a adquirir una tonalidad escarlata, cerró de nuevo la puerta al momento. Martín se encogió de hombros.

—No digas que no te había avisado.

Segundos después, Hernández salió de la trastienda como si nada hubiera pasado.

—¿Qué quieres?
—Es sobre un negocio. Puedo volver mañana si molesto…
—No, ya que estás dime. ¿Qué es?
—Cosa de la tía de Nerea.
—Mi tía tiene una grow shop en Bilbao—explicó ésta—. Vende semillas de marihuana, fertilizantes… y luego, ya sabes, rosa lisérgica, esporas, cualquier alucinógeno que sea legal. Pero ayer le llegó una remesa de alucinógenos ilegales, y no puede venderlos en la tienda, ya ha tenido problemas antes con la policía y eso. Podría dejárnoslos a buen precio y los distribuimos nosotros.
—Suena bien. ¿Qué droga es exactamente?
—No lo sé, es como un extracto de setas…
—Parece ser algún preparado de psilocibina—apuntó Osegi—. Pero podría estar mezclado con algo más. Aún no lo sabemos con exactitud.
—Entonces tendremos que probar sus efectos antes de venderlo.
—Sí, contaba con ello.
—Bien. Todo lo demás del tráfico, la plantación, el negocio de hachís con Mohammed…
—Todo lo demás bien, sí.
—Perfecto.

Jefe y capo se estrecharon la mano.


Eran las 12 de la noche. Comenzaba el concierto de los Demenzia Prekoz.

Jon Ibarra estaba en la batería. La batería no era muy a menudo el lugar que solía ocupar el líder del grupo, no, pero en este caso era así. El hecho de que Jon fuera el más radical de los cuatro jóvenes, que fuera un soldado de la Cosa Kostra y que pudiera usar su poder para conseguir conciertos para el grupo, indiscutiblemente le convertía en líder.

Abajo, entre el público, Gorka y Adri, otros dos de los soldados de Inés Chapa, se encargaban de la seguridad. No era una labor imprescindible, pero más valía prevenir que lamentar.

—No lo hace nada mal, ¿eh?—comentaba Gorka.
—No—respondió su compañero—. Igual hasta tiene futuro. Eso sí, el cantante es malo de cojones, ¿eh? No sé cómo le pueden aguantar.
—Ya te digo.
—Perdonad—dijo entonces un joven de unos 15 años, que se había acercado a ellos—. Vosotros sois de la Cosa Kostra, ¿no?

Los dos se miraron extrañados.

—¿La qué?
—No tenemos ni idea de qué es eso, chaval. Te equivocas de personas.
—Ah, vale, que no podéis decirlo y eso—insistió el joven—. Sí, tranquis, he visto muchas pelis de mafiosos. Pero, bueno, que hay un tío liándola ahí, que la está teniendo con mis colegas y con más peña. Alguien le ha tirado el cubata o algo y está increpando a todo el mundo, quiere pegarse con quien sea por su cubata.

Gorka y Adri se miraban de nuevo. No tenían la menor idea de cómo reaccionar.

—Me imagino que vosotros habéis venido aquí a proteger al batería y eso, pero no sé, ya que estáis igual podríais arreglarlo y que nos podamos quedar todos tranquilos.

Finalmente, Gorka suspiró. Al fin y al cabo, el chaval podría haber llamado a la policía, pero en lugar de eso, había recurrido a ellos. La Cosa Kostra empezaba a verse como cierta forma de autoridad para la gente que no creía en la policía.

Le hizo una señal a Adri y ambos se dirigieron hacia donde señalaba el chaval. Un joven de unos 18 años, con una camiseta de la Euskal Selekzioa y evidente aspecto de ser de izquierdas era el que estaba desencadenando el problema. Su ideología no le salvó; en esta ocasión, lo mismo hubiera dado que fuera de la izquierda más radical.

El primer puñetazo casi le tiró al suelo, pero no llegó a caer. Tras un segundo golpe, un cabezazo que le acertó en plena nariz, sí cayó. Después fue arrastrado por el suelo empapado de kalimotxo, cerveza y líquidos varios hasta ser colocado en un rincón de la plaza. Allí Adri le dio dos patadas más en las costillas, y dieron por concluido el asunto.

—De todas formas me sabe un poco mal pegar a un abertzale. No sé, deberíamos haber intentado razonar un poco más—comentó Adri mientras regresaban a su posición.
—Con la cantidad de vodka que llevaba ese tío estaba como para razonar. Hay veces en las que hay que ensuciarse las manos.

Acto seguido, Gorka arrebató de un tirón un móvil a un chico de unos 14 años que había grabado toda la pelea, y lo tiró en una alcantarilla cercana.


Nerea encendió un cigarrillo mientras contemplaba a Osegi.

El capo se había tumbado en una cama y había puesto música relajante. Era hora de probar los alucinógenos. Si efectivamente eran tan potentes como aseguraba la tía de Nerea, podrían sacar algo de dinero que no vendría nada mal.

—Voy a intentar describir la experiencia en voz alta, ¿vale? Por si luego no me acuerdo y eso.
—Perfecto—asintió Nerea—. Espero que sepa rico. On egin.

Osegi tomó una de las pastillas, de tacto ligeramente blando, más parecido a un caramelo, y se la metió en la boca.

Los minutos fueron pasando lentamente.

—Esto es gracioso—comentó de pronto Osegi—. Bueno, gracioso tampoco, pero no sé, como que me siento feliz. Y un poco mareado, también. Todo da vueltas.
—Pues como sea sólo eso, lo vamos a tener jodido para venderlo.
—Lasai, Nerea. Ya avanzará, pero no hay prisa. Estoy de puta madre. Podría quedarme aquí tumbado toda la tarde.
—¿Porque quieres o porque estás apalancado?
—Por las dos cosas—el capo estalló en risas.

Nerea apenas hizo un esbozo de sonrisa, aún viendo que las carcajadas de Osegi se extendían por minutos.

—Joder, no puedo parar de reír—comentaba—. ¿Cuánto tiempo llevo riéndome? ¿Igual veinte minutos?
—Ni cinco.
—Joder. Ni cinco. Es todo tan… no sé, parece que el tiempo no pasa, pero vamos, que no me quejo. Se está bien así. En serio, ¿ni cinco minutos?
—Qué va.
—Uffff, se hace largo. Todo se hace largo, y se ve más brillante.

Conforme el tiempo seguía pasando, los desvaríos de Osegi fueron aumentando en intensidad considerablemente.

—Rafael Nadal. Sí. No. Rafael Nadal. Más castellano todavía—tomó aire fuertemente dos veces. Parecía que se ahogaba—. Es como decir: Posiosal y sus sangrientas. ¿No crees?

Nerea no podía evitar reírse. Estuvo tentada de sacar su móvil y grabar la escena, pero probablemente sería una falta de respeto grave hacia su capo. Éste, por su parte, permanecía con la vista fija en la muñeca de la joven.

—Tu muñeca es extraordinariamente única. Coge la suya.
—¿Que coja qué?—repuso Nerea entre risas.
—Nada. Todo. No sé. Cógelo. ¿No te das cuenta? Sólo somos personajes, porno político, nada más que eso. He atravesado la barrera de la realidad y lo he visto, sólo somos personajes de una sátira política. Una fantasía antisistema. Escapismo para gente a la que le gustaría reventar los dientes de un pepero contra un bordillo y se desahoga escribiendo. Sublima. Sublima todo, como la vida, es sublime.
—Son buenas las drogas, sí.
—Todo pasa a la vez. No sé, total, sólo somos una idea. Puro porno, ¿sabes? Imagínate que existiéramos de verdad.
—Existimos de verdad.
—Imagínate que existiéramos de verdad. Ahí afuera. Et fictum fit factum. La historia podría pasar al mundo sólido, imagínate, como pintadas de Barbelith en Londres. Alguien lee La Cosa Kostra y decide fundar la Cosa Kostra en el mundo real y se gana la vida extorsionando a los hijos de puta que extorsionan a todos nosotros. A todo el país. A todo el mundo. Da igual. Se vende una revolución para las masas. Da igual.

Tras esto, el capo calló y permaneció varios minutos así.

—Bueno, entonces las drogas son buenas, ¿no?—insistió Nerea.

—Oh, sí. Podremos venderlas todas—murmuró Osegi, y después continuó mirando al vacío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Blog Widget by LinkWithin