miércoles, 5 de julio de 2017

La Cosa Kostra: Capítulo XXIV


Maitane entró al Gudari. Llevaba el pelo recogido en un moño sujeto por un pañuelo azul claro, una sudadera granate con una skatalítica, una falda vaquera y unas gruesas medias negras por debajo. Pidió un kalimotxo y se sentó junto a Osegi.

—Aupa, jefe—saludó, dando el primer sorbo.
—Kaixo, Maitane.

Había más gente de la habitual en el Gudari: en la mesa de al lado estaban Josu y Cristina, pero les habían visto demasiado acaramelizados como para unirse a ellos. Una mesa más allá estaban Kike, Alazne y Sidorenko junto a Koldo y a Adri. Ya habían celebrado el día anterior que Gutiérrez hubiera conseguido su excarcelación, junto a Osegi y al resto de sus compañeros, y ahora estaban dispuestos a seguir celebrándolo, esta vez junto a soldados de otros capos.

—¿Se sabe algo de Eneko? Llevo tiempo sin verle.
—No—mintió rápidamente Osegi. Maitane era su soldado más eficaz, pero había cosas que, de momento, era mejor no compartir—. Yo también llevo unos cuantos días sin saber nada de él. A saber.
—Joder, qué rabia. Parecía dispuesto a hacer algunos encargos más peligrosos y, ahora que sabemos casi seguro que hay un traidor entre nosotros y no podemos fiarnos de nadie, nos habría venido bien su ayuda.
—Sí. Qué cosas.

Osegi dio a su cerveza el trago más largo que pudo.


Hernández estaba organizando el papeleo en la lonja de Romo. Había terminado con lo relativo a las rutas correspondientes a marzo y el reparto del dinero, y empezaba a plantearse una prueba a Ariane, soldado bajo el mando de Chapa, cuando llamaron a la puerta.

—Adelante.

Sidorenko entró en la trastienda. Hernández ocupaba toda la mesa con una montaña de papeles. En la pared del fondo había sido pintado el símbolo diseñado por Haizea: CK rodeado por el lema “Quieres identificarnos, tienes un problema”, que empezaba a ser reconocido como lema de la familia de Bizkaia, algo que no solía pasar. La excepción era, quizá, la familia de Madrid, que era conocida por el bastante más agresivo lema “Si nuestros hijos pasan hambre, los vuestros pasarán miedo”. Claro que, evidentemente, la familia de Madrid era bastante más agresiva, en general, y su padrino, Daniel Barrios, continuaba en busca y captura.

—Con todo el tiempo que he pasado entre rejas aburrido he estado dándole vueltas a una idea.
—Cuéntame.
—Una novela.
—¿Hmm?—Hernández enarcó una ceja.
—Creo que puedo escribir una novela. Sólo necesitaría un poco de dinero prestado, y luego lo devolvería cuando empezase a venderla. Además, por supuesto, tendría mucha carga ideológica, así que nos beneficiaría.
—¿De qué trataría?
—Vale—Sidorenko tomó aire—. El planteamiento es el siguiente: sencillamente, una raza de extraterrestres le da a un tío el poder de leer las mentes, telepatía a lo bruto, para que lo use para mejorar a la Humanidad.
—Jodeeer…
—¡No, no, no! Es sólo el planteamiento, sólo un elemento creado para justificar una situación que luego se puede explotar. Los extraterrestres luego no vuelven a salir, ¿vale? Ni se vuelve a hablar de ellos ni nada, sólo es un tío que puede leer las mentes y usa sus poderes para hacer el bien, pero a nuestro estilo. Con sólo concentrarse, desde la habitación de su casa, puede saber las contraseñas a los correos electrónicos de todos los políticos y empresarios importantes, puede saber los números de sus cuentas bancarias, todos sus negocios sucios y sabe cómo chantajearles.
—Continúa.
—Así que en la primera parte de la novela, el tío se hace periodista, un periodista la hostia de polémico que adquiere popularidad y se dedica a filtrar secretos de políticos corruptos y esas cosas. Por supuesto, intentan meterle a la cárcel, tiene muchos líos legales, pero claro, también puede chantajear a los jueces, sobornarles, sabe cómo manejarles… se las arregla bien. Luego llega a presidente del gobierno de España, porque claro, a estas alturas ya tiene controlados todos los medios de comunicación y hablan bien de él, y además desvela secretos de los políticos contrarios a él y hunde sus carreras, incluso podría controlar a unos matones para que le den una paliza a alguno, esas cosas.
—Ajá.
—La etapa como presidente es el punto álgido de la novela, hace lo que nosotros querríamos. Tengo pensada una escena en la que un banquero o un importante empresario o algo llega a su despacho para amenazarle, sin ser consciente de lo realmente poderoso que es, ¡y entonces el prota le estampa un vaso de cristal en la cara y le da una paliza!
—Ya veo…
—Como última etapa, aún lo estoy pensando, tal vez podría abandonar la presidencia del Gobierno y ser Papa. Con poderes para leer la mente, sería fácil convencer a los cardenales y arzobispos y demás de que él es el elegido de Dios o algo así, y le votarían. Sería Papa sin haber sido cura antes, pero es posible porque le bautizaron de pequeño, en realidad es el único requisito. Y viajaría por todo el mundo arreglando las cosas y usando sus poderes para hundir a los cabrones que controlan el mundo y alzar a otros mejores para sustituirles.
—No sé, Sidorenko, no termino de verlo…
—¿No te parece buena idea?
—¿Hacer una novela partiendo de una premisa ridícula para terminar satirizando la política española y difundiendo un mensaje radical? No sé, ¿a quién coño le serviría eso? No creo que fuese muy comercial. ¿Ya la compraría alguien?
—Bueno, si invertimos un poco de dinero en publicitarla…
—Me lo pensaré. Gracias por la idea.
—Bien.

El soldado se retiró satisfecho.


La lonja de Erandio, por otra parte, estaba siendo temporalmente usada para una reunión de Iker Celaya con sus soldados. Con Mikel Amorrortu e Iker Rodríguez presos, había siete personas reunidas: el propio Celaya, Koldo, Spank, Peru, June, Gorka –el más reciente, en cierto modo, puesto que hacía poco tiempo que estaba bajo el mando de Celaya y no el de Inés Chapa- y la apodada Dinamitera, en honor a la famosa miliciana Rosario Sánchez.

—Tampoco a mí me gusta—comentaba Celaya—, pero siempre supimos que habría que ceder en algunos terrenos. La puta confluencia y esas cosas. El convencer a gente.

Koldo se encogió de hombros y dio una calada a su cigarrillo.

—Yo te hago caso, para algo eres el jefe y para algo te voté para que lo fueras. Sólo me jode que ahora que por fin estamos empezando a subir en la escala, que tenemos armas de fuego, a una mierda de violador muerto y demás, no continuemos.
—Sí continuaremos. Pero con calma. Que se sepa en las calles que quien nos jode termina en una tumba, pero que no nos puedan vincular con nada legalmente. Y sobre todo, que no todas las acciones sean marrones, que vean que también hacemos cosas hippies o mierdas así por el bien de la gente. Ahora vamos a centrarnos en lo de Mikel, ¿vale? Han torturado a un colega nuestro, lo denunciamos, protestamos, difundimos información sobre las torturas en España, esas cosas. Lo demás, ya llegará.


Y llegaría. Al propio Celaya le costaba contenerse, y sabía que la rabia no se puede contener para siempre. Tarde o temprano, explota.

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