martes, 10 de abril de 2018

La Cosa Kostra: Capítulo XXXIII



—Entonces, ¿estás seguro de que el Risas se llevó una pistola?
—Bastante-asintió Josu-. Creerá que le vamos a matar.

Celaya se encontraba reunido con los capos; Osegi incluído, aunque no se habían dirigido la palabra directamente desde que Celaya había sido nombrado jefe.

—Vale—resumió Celaya—. Eso nos deja con cuatro temas urgentes ahora mismo: quién ha intentado asesinarme, quién nos está suplantando para cobrar el dinero de la extorsión, qué hacemos con el asesino de Hernández y qué hacemos con el Risas y nuestra pistola.
—Por terminar ya con lo del Risas—apuntó Josu—, mandaré a algún soldado a hablar con él y convencerle de que no queremos hacerle daño, y que nos devuelva la pistola. No creo que salga nada mal, debería ser sencillo.
—O eso o grabarle una esvástica en la frente para que esté claro quién es, como en Malditos Bastardos.
—Hay que ver si podemos pillar al asesino de Hernández en la cárcel—apuntó González—. Si le meten en una prisión en la que haya alguno de los nuestros, incluso de otra familia, tal vez tengamos una posibilidad…
—Le llevarán a una prisión de ésas especiales para policías y soldados, o como mínimo a un módulo completamente seguro—opinó Chapa—. Los jueces de este país no van a poner en peligro a uno de los suyos.
—Tenemos que esperar para ver—coincidió González—. Mientras tanto, puedo poner a mis soldados para reforzar tu seguridad en caso de que haya otro intento de asesinato.

Celaya meditó la propuesta durante unos segundos.

—No. Gracias, González. Pero con June como refuerzo para Koldo no debería ser un problema. Prefiero centrarme en seguir rutas menos calculadas y que nadie pueda saber dónde voy a estar.
—Yo puedo poner algunos soldados también a andar por cerca de los bares en los que parece que ha habido suplantadores, a ver si terminan sabiendo quiénes son…—se ofreció Chapa.
—Bien, sí, eso será buena idea. Con alguno más de los tuyos, González, y de los de Osegi, podríamos cubrir bastante terreno. Tarde o temprano volverán a aparecer los suplantadores, y les pillaremos.


—Pasad—dijo Koldo.

Haizea, Jonan y Zuriñe –los tres, soldados bajo el mando de Josu— entraron en la lonja de Erandio, donde estaba Celaya y, por supuesto, también June, con su pistola reposando encima de la mesa.

—¿Qué mierda es ésa?—preguntó Koldo—En serio, ¿qué puta mierda?
—Bueno, pensamos que vendría bien algo más de dinero…
—Pero, ¿a quién cojones se le ocurre? ¿En serio?

Haizea se encogió de hombros.

—A ver, robamos a las malas personas, y eso…
—¡No puedes extorsionar a un bar porque vendan jamón, joder!—insistió Celaya.
—La explotación de los animales es otra forma de explotación de la burguesía. El hecho de que te parezca bien que extorsionemos a bares cuyos dueños aplauden la explotación de humanos y no a bares cuyos dueños aplauden la explotación de otros animales es un especismo, teniendo en cuenta que los humanos también somos animales.
—Dirás lo que quieras, Haizea, pero así no nos ganamos a la gente. Así que devolvedle su puto dinero al del bar y que no vuelva a pasar una mierda como ésta.

La soldado asintió a regañadientes y ella y los otros dos –que más bien parecían haber secundado su plan sin estar realmente convencidos— marcharon a regañadientes. Celaya suspiró: ¿Hernández también tenía que aguantar tonterías así cuando era el jefe?

—Puto estalinista—susurró muy bajo Haizea mientras se marchaba.


—¡Eh! ¡Risas!—llamó Peru.

Unos pocos días de buscar al ex miembro de la Cosa Kostra le habían dado resultado. Se acercó al joven, que parecía bastante nervioso.

—Oye, que me han comentado que…

El Risas inmediatamente sacó la pistola de detrás del pantalón y apuntó a Peru.

—No te acerques ni un paso más.
—¿Pero qué cojones haces?
—No pienso acabar como Eneko, ¿vale? No he traicionado a nadie. Ya no soy facha y siempre he estado con vosotros. Dejadme en paz.
—Pero tú…
—¡Dejadme en paz!

Peru se encogió de hombros y levantó las manos en son de paz. Por dentro, no estaba precisamente en paz. No podía creer que un gilipollas al que antes consideraba su compañero le acabara de apuntar a la cabeza con una pistola por una paranoia ridícula.

20 minutos después, Peru ya estaba en la caseta de la huerta de su tío en Lutxana, cogiendo la escopeta. Sólo faltaba, dejar que ese gilipollas le pusiera una pistola en la cabeza como si nada.

El miembro de la Cosa Kostra volvió a recorrer en coche la zona en la que se había encontrado con el Risas, peinando cada calle. No podía andar muy lejos. Y, efectivamente, no tardó mucho en encontrarle, junto a un colega suyo.

Peru bajó del coche cargando la escopeta. Inmediatamente apuntó al amigo del Risas.

—Tú. Corre.

El chaval quedó unos segundos paralizado, para acto seguido obedecer y escapar corriendo. Mientras, el Risas sacó la pistola y apuntó a Peru.

—¡Joder!—gritó—¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡Venís a matarme!
—Si te quisiera muerto ya te habría matado, gilipollas, ¿no lo ves? ¡Si estás temblando! ¡Si no puedes ni sujetar la pistola, la hostia!
—¡Sí que puedo! ¡Baja esa escopeta!
—¡Baja tú la puta pistola!

Miembro y ex miembro de la Cosa Kostra permanecieron apuntándose, en mitad de la calle, a plena luz del día. Los segundos pasaron de forma tensa.

—En el juramento que hicimos—dijo el Risas—, decía que no podías abandonar la Cosa Kostra vivo…
—No la has abandonado. Te hemos echado porque Celaya no te quería.
—Yo… yo nunca os delataría…
—Ya lo sabemos, gilipollas, por eso no te queremos matar.

Hubo otro silencio. Al Risas, efectivamente, le temblaba la mano. Finalmente, bajó la pistola. Peru continuó apuntándole con la escopeta.

—¿Ves? Si te quisiera muerto, te mataría ahora mismo. Espero que esto te convenza.
—Vale. Vale, joder. Lo pillo.

El soldado bajó también su escopeta. En ese momento apareció un coche de la Ertzaintza. Dos policías se bajaron apuntando con sus pistolas.

—¡Dejad las armas en el suelo! ¡Ahora mismo!

El Risas y Peru obedecieron, maldiciendo por lo bajo mientras los ertzainas se acercaban a esposarles.

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